Mi casa, la vecina del fondo, la panaderia de la otra cuadra, los de
la esquina…, son pequeños universos que me remiten a lugares y
afectos muy intimos. El recuerdo de olores, sabores, voces o sonidos
musicales hoy casi inaudibles, me vuelve a ubicar en lugares
increiblemente entrañables. La mirada penetra en la casa a través
de la puerta que aún queda en pie – mi cámara de fotos -, se
tropieza con los restos de una escalera que se sostiene con
dificultad y luego se filtra por el interior de las habitaciones
dejando a la intemperie momentos cotidianamente sublimes.
El cuchicheo de las vecinas de toda la vida, el cumpleaños de 15,
las reunioes con amigos, las “expediciones” al patio de atrás o el
“picdito” en el baldio lindero y con gusto a humedad, extienden
redes inivisibles que llevan una y otra vez hacia las paredes en las
que el tiempo y el abandono han hecho un bueno trabajo y permiten
a los recuerdos con sus fantasmas, vagabundear sin pudor por
resto de la cuadra.
Hoy la casa tiene las habitaciones que yo deseo que tenga y las
puertas y ventanas que mi imaginación le asigne. Tiene los colores
de mis deseos y los usos de mis anhelos y sobre todos encierra los
más hermosos retazos de mi juventud.
Por Raquel Gociol, que vive em Buenos Aires, Argentina.